06 Mar
06Mar

Por si no lo sabes soy cubana y probablemente (si no eres cubano) una de las primeras palabras que te vendrán a la mente cuando escuchas el nombre de Cuba, es... comunismo. Pero no te asustes que no voy a hablarte de sistemas socioeconómicos ni de ideologías. La razón por la que escribo este post es para contarte cómo fue que entré en el mundo de la filmografía, algo que llegó a mi vida para convertirse en una gran pasión. Y hoy que han pasado tantos años me río cuando pienso que en los orígenes de esta pasión estuvo una prohibición. Sí, todos sabemos que lo prohibido muchas veces atrae, y en el caso de esta historia, eso pasó el día en que me prohibieron ser la dueña de mi propia obra. 

Era el año 2003. Dirigía un grupo cristiano de actuación. Comenzamos haciendo dramas navideños y de Semana Santa y luego nos atrevimos a contratar a alguien para que filmara y editara nuestras obras para quedarnos con el recuerdo. En ese entonces casi nadie en Cuba podía tener una cámara y muy pocos sabían que existían programas como el Adobe Premier. Yo me quedé fascinada la primera vez que vi a un editor delante de mi, podía pasar horas mirando lo que hacía... y hasta envidiaba no poder hacerlo por mi misma, porque a fin de cuentas yo había escrito las historias y dirigido a los actores, y aquel editor tan ajeno a nosotros no tenia otro interés que ganar su dinero. Pero no fue hasta que los del partido comunista intervinieron el lugar donde trabaja aquel editor y confiscaron todos los cassettes grabados con nuestro trabajo adentro, que sentí la urgencia de aprender y hacer nuestros propios videos. Si, en Cuba, el partido es el que manda, y quien lo controla todo. La iglesia representa para ellos un peligro ideológico cuando su trabajo es relevante y ese era el caso de la iglesia a la que yo pertenecía. Recuerdo que lloré por varios días, pues a ninguno de ellos les importó quien pasó largas horas de su tiempo escribiendo el guión, ni cuantas personas de una iglesia humilde se habían involucrado en aquel proyecto dando lo mejor de su tiempo, talentos y hasta dinero. Nos quedamos sin nada. Escribí cartas a todos los niveles y me quejé, luego me citaron a una reunión en sus amenazantes y frías oficinas, y con una respuesta tajante lo resolvieron todo: "el contenido de esos cassettes no responden a los intereses de la revolución, no podemos devolvérselos". Punto.

La realidad que ellos no calcularon es que aquella experiencia nos hizo más fuertes, a mi y al grupo que dirigía. Conseguí una computadora (que hoy sería considerada un dinosaurio) y una cámara Sony que ya no recuerdo el nombre del modelo, era pequeñita, usaba cassettes de 8 mm. El trípode que alguien nos regaló era malísimo, y no teníamos micrófonos. Pero con esos equipos básicos aprendí a filmar, editar y además seguí escribiendo guiones. Cada año fuimos mejorando y nuestro trabajo pasó de iglesia en iglesia y llegamos a ser respetados, y queridos. Hasta hicimos películas que participaron en festivales de bajo presupuesto. No llegamos más lejos porque poco a poco los integrantes del grupo comenzaron a marcharse del país, hasta que finalmente llegó también mi turno. 

El día que vine en el avión traje conmigo el recuerdo de aquella experiencia que atesoro en mi corazón porque con tan poco hicimos mucho, y porque con tantas prohibiciones y oposiciones, crecimos. Por eso valoro tanto la libertad que ahora tengo, los recursos y los conocimientos. Cuando me veo con una Canon DSLR (que adoro por sus colores) o un gimbal en mis manos, aportando estabilidad a la grabación,  equipos que nunca pensé tener en Cuba y que para algunos aquí no representan tanto y hasta se llegan a quejar -que si hay otras cámaras mejores en el mercado- o -que si el ultimo modelo es el mejor-  yo recuerdo entonces mis orígenes y simplemente disfruto con ganas lo que tengo y procuro usarlo con la misma pasión. Aprendí que es el corazón del creador quien hace más que los propios equipos, es su deseo de ver la obra terminada quien lo moverá a donde sea para lograr sus propósitos. 


Quizás te pueda interesar:  La ironía más grande de mi vida


Comments
* The email will not be published on the website.